EL AMOR COMO UNA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA

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Por: Jacob Lubbers Estrada

Todo en este mundo tiene que ver con la política. No solo lo que vemos en la vida pública, pero también lo que vivimos, lo que sentimos, y lo que anhelamos en nuestro entorno privado.

Por ejemplo: según muchos politólogos, el mundo en el que vivimos hoy día es altamente materialista, lo cual fue causado por la idea de que en nuestras sociedades neoliberales hay que “competir para ser mejor” que los demás.

Esta idea de “competir para ser mejor” nos lleva – supuestamente – a querer demostrar este bienestar material, a través de tener el iPhone que acaba de salir recientemente, comprar ropa de marca, en fin, acumular bienes para satisfacer la necedad interna de poder demostrarle al mundo entero que nos va “requetebien”.

Así como el materialismo, el amor también es una construcción política.

Los discursos de odio, las desigualdades socioeconómicas, la naturaleza humana de culpar a terceros, todo esto y más divide a la sociedad y fractura el amor al prójimo, la voluntad de querer ayudar a tu vecino, de proteger a los desposeídos y cuidarlos.

Sin embargo, el principio de la pandemia fue esperanzador: además del gobierno, la gente en todo el país se organizaba para hacer todo tipo de cosas con la meta de ayudar a los que se habían puesto graves por la COVID-19: cooperachas para pagar las cuentas del hospital, gente curada tratando de compartir sus experiencias para que no hubiera tanto pánico, y un larguísimo etcétera.

Por eso es que aún tengo mucha esperanza en México y en el resto de la humanidad, porque la mayoría está ahí para lo que se necesite.

La COVID-19, sin embargo, también nos enseñó que el miedo puede ser catastrófico, perjudica el pensamiento racional y también al amor por el prójimo, y hasta por la gente cercana a uno mismo.

Los ejemplos sobran: abuelos que por más de dos años llevan sin abrazar a sus nietos, la indiferencia de mucha gente ante la quiebra de muchas Pequeñas y Medianas Empresas (PyMES) porque “¡hay que protegernos!”, la indiferencia ante el deterioro de salud mental en grandes segmentos de la población, el odio contra los que no se han vacunado por cuestiones personales y hasta médicas que no les permite vacunarse, y un sinfin de etcéteras.     

Sin embargo, Hidalgo siempre ha sido una tierra de gente trabajadora, honesta, y solidaria. El nombre de nuestro estado es el apellido de Miguel Hidalgo, quien fue un gran patriota al iniciar la Guerra de la Independencia contra la colonia española.

Por ello, el estado de Hidalgo indudablemente está ligado a tenerle mucho amor a la patria, a ser verdaderos nacionalistas, a ser solidarios con los demás.

Ojalá las cúpulas que han gobernado Hidalgo desde siempre también vieran eso y dejaran de derrochar los recursos de nuestro estado en lo que no se debe.

Lo bueno es que, en junio de este año, todo parece indicar a que eso cambiará con la llegada de un movimiento y un gobernador que están familiarizados con las necesidades de la gente (o, como dirían muchos con un tono de superioridad, con “la prole”).

Ese aire fresco reiterará que, en los tiempos más difíciles como la construccion de un Hidalgo post-COVID, los hidalguenses voltean a ver al prójimo, al vecino, al desposeído.

La dimensión social del amor no ha muerto, ni por la pandemia de COVID-19 que lleva más de dos años ni por la pandemia del caciquismo, el cual los hidalguenses padecen desde hace más de noventa años.

Y al menos la última, está a punto de terminar de una forma pacífica.