Por: Ana Laura M Lara (Aura)
No hace mucho la investigadora, editora y docente argentina Dina Comisarenco Mirkin detonó para todo aquel que está interesado en el muralismo y sobre todo para las mujeres que están involucradas en este ámbito cultural, las preguntas más significativas: ¿Existen mujeres muralistas? ¿Ellas quiénes eran? ¿Qué pensaban? ¿Qué buscaron plasmar en sus obras?, ¿Por qué las desaparecieron del mapa del muralismo en México, tan sonado y presumido a nivel mundial?
Estas preguntas hicieron a Dina alzar la voz frente a los estudios androcentrados, y por lo tanto fragmentados sobre el muralismo: ¿Cómo se podía sesgar de esa manera a un arte que era en esencia socializante e incluyente? ¿Dónde quedaba la intención de democratizar el arte? ¿Qué pasó con el interés de replantear el papel del artista en la sociedad? ¿Cómo podrían haberse olvidado de las mujeres muralistas? ¿O sencillamente se daba por descontado que las mujeres no podían encarnar un papel tan importante para la transformación de la sociedad y la cultura?
Las grandes preguntas y una investigación exhaustiva dieron lugar a su libro Eclipse de 7 lunas. Mujeres Muralistas en México en donde se saca a la luz las vicisitudes a las que se enfrentaron grandes artistas de distintas épocas en las décadas de 1920 a 1980.
Me permito mencionarlas con el objetivo de que sea de su interés involucrarse en el trabajo que cada una de ellas nos heredó: Ione Robinsonm, Marion Greenwood, Grace Greenwood, Ryah Ludins, Lucienne Bloch, Eleanor Coen, Aurora Reyes, El colectivo de los Fridos, Maria Izquierdo, Elena Huerta, Olga Costa, Rina Lazo, Fanny Rabel, Remedios Varo, Elvira Gascón, Electa Arenal, Valeta Swan, Regina Raull,Nadine Prado, Leonora Carrington, Lilia Carrillo, Maris Bustamante y Sylvia Pardo. Son algunas de las que dentro de las décadas 20´s y 70´s dieron lugar en la historia del muralismo mexicano.
Dina resalta la importancia de la obra mural femenina, que, aunque poco numerosa y ubicada en espacios alternativos, tiene un valor histórico y estético extraordinario.
Ante la innegable asociación de la masculinidad con el arte mural, resulta evidente que las pocas pintoras con una escasa pero significativa producción, cometieron un acto de transgresión social y de empoderamiento que merece ser recuperado y estudiado.
Entraron en un ámbito profesional tácticamente prohibido para el género, quebrantando todo tipo de reglas y tabúes tradicionales, y desafiaron los valores otorgados a una forma artística notable, que fue adoptada en México por el paradigma patriarcal.
¿Todo el muralismo hecho por mujeres es feminista? Como bien mencionan “Las Luchadoras” (colectivo feminista), para pensar en una categoría como muralismo feminista, es necesario entender cómo la connotación social de ser mujer y a su vez ser artista ha cambiado a lo largo del tiempo, al igual que las diferentes perspectivas que han existido tanto en la teoría como en el movimiento feminista a lo largo del siglo XX y en consecuencia las respectivas percepciones generacionales frente al hecho de ser mujer.
A pesar de que existen varias mujeres artistas, ellas no necesariamente se reconocen como feministas. En el periodo de 1920 a 1980 la única que puede ser reconocida como tal, es la muralista Aurora Reyes quien tuvo una importante militancia política en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y en el Partido Comunista Mexicano.
Como mujer que creció con el fuego Revolucionario, Aurora coincidió con la ideología nacionalista impulsada por el Estado mexicano al igual que lo hicieron Diego Rivera y otros artistas e intelectuales, y no dudó en respaldar la educación socialista implantada en el cardenismo; incansable luchadora social, no evadió el debate público ni la polémica.
Su activismo político la llevó a formar parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la famosa LEAR, a la que ingresó en 1936.
En ese mismo año elaboró su primer mural: Atentado a las maestras rurales, pintado en el Centro Escolar Revolución (en la actual esquina Niños Héroes y Chapultepec, frente a la estación de metro Balderas), por lo que sería ampliamente reconocida y considerada el primer muralista mexicana.
Dicho mural representa de manera directa el ataque a una mujer, en el que obviamente estaba denunciando esa realidad, pero también en general la violencia de género en contra de las mujeres.
Por otro lado, en el caso de las artistas que no se consideran feministas como Rina Lazo, analizar su obra y la percepción de esta nos da luces para ver de qué manera la participación de las mujeres en el arte, en este caso del muralismo, arrojan preguntas y comprensiones distintas de la función del artista y del arte.
El gran logro de Lazo llegó en 1966 cuando ganó un concurso para recrear un conjunto de frescos mayas extraordinariamente bien conservados que datan aproximadamente del año 790 d. C. Rina pasó tres meses viviendo en la selva, estudiando las obras en el lugar en un templo del sitio arqueológico de Bonampak, antes de pintar sus reproducciones en lo que sería el nuevo Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, la realización de estas réplicas le tomó casi dos años.
Y respecto al hecho de hacer una réplica mural o haber hecho una obra propia, ella considera que haber hecho esas réplicas fue mucho más importante que lo que ella habría podido hacer como contribución personal al campo de la pintura mural. Pues como menciona Dina gracias a estas réplicas maravillosamente es que todavía se puede apreciar cómo era el legado artístico de la cultura maya.
Esta posición que encarna Lazo representa una inflexión respecto a la originalidad e individualismo como características hegemónicas que han definido la función del arte y las y los artistas.
Así mismo Dina también señala que hay muchas artistas que aún cuando les dé pánico identificarse con la palabra feministas, no implica que su obra no se pueda ver y analizar desde ese lugar.
Muchas de las obras que revisa en su investigación denuncian opresiones de las mujeres y reivindican el lugar que ocupan en la sociedad desde sus diferentes roles.
Su arte sí podía representar espacios de emancipación para las mujeres en la sociedad, y también atraer la lectura de otras mujeres que siendo feministas podrían originar en esa iconografía una fuente de conocimiento.
Conocer el trabajo de mujeres muralistas mexicanas no es una cuestión únicamente de justicia historiográfica, sino que aporta a la construcción de la autoestima y dignificación de las mujeres hoy en día, una motivación e inspiración para seguir creando desde el muralismo y el arte urbano.
Como mujeres somos una parte fundamental para el desarrollo de las nuevas generaciones y como artistas es importante alzar los pinceles para darle color al futuro, voz y voto a las mujeres maltratadas física y emocionalmente por la sociedad, a las infancias y juventudes explotadas y maltratadas, el arte y la cultura siguen siendo y seguirán siendo la voz del pueblo.