El agua, líquido vital, líquido mortal.

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Para Tula, que creció sobre manantiales de agua salitrosa, al lado de un río de aguas dulces que era transparente y vivo, hablar del agua es enfrentar la experiencia de ir muriendo un poco cada día, cada quien.

Así escribieron la maldición de nuestro destino, no los dioses (qué bueno hubiera sido), sino unos cabrones funcionarios de gobierno que se fueron por la más fácil y nos pusieron en toda la madre.

El agua negra, que nos trajo vida para el campo, se volvió el torrente tóxico que a cada rato provoca enfermedades y cobra vidas. Y luego, la inundación del 7 de septiembre de 2021 que llenó de suciedad las casas, los negocios, la memoria.

Desde 1992 el Día Mundial del Agua se celebra anualmente el 22 de marzo.

La ONU estableció la fecha como un medio para centrar la atención en la importancia del agua dulce y abogar por la gestión sostenible de los recursos de agua dulce.

La UNESCO es la agencia líder de la ONU bajo el Programa Mundial para el Desarrollo de los Recursos Hídricos (WWAP), ONU-Agua.

Lo que se pretende es tomar medidas para hacer frente a la crisis mundial del agua, en apoyo del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6: agua y saneamiento para todos para 2030.

En 2023, el Día Mundial del Agua se centra en acelerar el cambio para resolver la crisis del agua y el saneamiento.

En México, la Comisión Nacional del Agua estableció en abril de 2021 el Plan Nacional Hídrico 2020-2024 y en 2022 decretó el acceso al agua y al saneamiento como un derecho humano, al cuidado del organismo denominado PROAGUA, que se enfoca especialmente a la población más vulnerable.

Sin embargo, los esfuerzos institucionales de alcance global y los que se hacen en el país siguen resultando insuficientes frente a las dimensiones de la crisis del agua.

No solo hay millones de personas en el planeta que carecen de los servicios de agua y saneamiento, sino que el líquido ni siquiera está a su alcance.

Por otra parte, los crímenes ambientales cometidos por el desarrollo industrial que impulsan los fenómenos del calentamiento como “El Niño” y “La Niña” hacen más difícil la tarea.    

M+as allá del estiaje, uno de los factores que mayor poder tienen en esta situación en México es la indiferencia, a la población no le interesa mucho hacerse de una cultura del agua para ahorrar, reciclar, aprovechar mejor el recurso.

El desperdicio trae dentro de sí el desprecio masivo, histórico y cultural por todo lo que implica disciplina y autoridad. Así somos.

La negligencia en el ámbito de las autoridades es otro vector sobresaliente de la crisis del agua, pues más allá de la que demanda el consumo humano, hay millones de metros cúbicos de aguas residuales que arrojan al entorno natural las grandes concentraciones poblacionales.

El caso más contundente en la desgracia ambiental y contra la vida humana es el complejo sistema de aguas de la zona metropolitana de la Ciudad de México.

Un día en la historia, un funcionario gubernamental decidió condenar a muerte -tarde o temprano- a los pobladores del Valle de Tula, a cambio de salvar la vida y el estar bien de los millones de habitantes del Valle de México.

Al negar la vocación lacustre de esa zona del centro del país y forzar con excesos su destino hacia el estado de Hidalgo, firmaron la sentencia para unas cuantas personas, que no alcanzan dos millones.

Para ellos fue una decisión simple: sacrificar lo poco por lo mucho, aparentemente. Pero escribieron la muerte de nosotros y de nuestras familias, y para nosotros eso es todo. Estamos condenados por el agua.