AMAR AL PROJIMO EN TIEMPOS DE PANDEMIA ES VIVIR LA CULTURA DE LA SOLIDARIDAD

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Por. Mons. Juan Pedro Juárez Meléndez. Obispo de Tula

Nos preguntamos ¿Qué es el amor? Algo muy elemental es saber que amor es hacer el bien al otro, al que está a mi lado, con el que convivo y comparto la vida, sea en la familia, en la escuela o en el trabajo.

El amor auténtico es servicial y no tiene envidia.  No tiene preferencias, y por tanto no es excluyente. Es comprensivo, tolerante y sabe perdonar.

En una palabra, el amor verdadero es capaz de dar la vida por la persona o personas a las que se ama.

Son ejemplares las madres que prefieren morir con tal de que el hijo o hija que está por nacer vea la luz. En este mismo sentido, la reciente pandemia nos ha enseñado como en los momentos más difíciles, hay muchas personas que reaccionan donando la propia vida.

Para vivir amando necesitamos formarnos en la cultura de la solidaridad, del desprendimiento, de la generosidad, del dar sin recibir.

En un mundo globalizado reconocer al prójimo, es decir al otro, no es fácil, ya que la solidaridad se ha visto debilitada por el “individualismo” y las crisis de todo tipo.

Si quisiéramos salir al encuentro del otro tendríamos que abandonar nuestra indiferencia y a veces hasta el cinismo que gobierna nuestra vida ecológica, política, económica y social en general y soñar nuestro mundo como una familia humana unida.

Tendríamos que fomentar una política que nos conduzca por medio del díalogo a una “fraternidad y amistad social” como la ha llamado el Papa Francisco en su reciente Encíclica “Fratelli Tutti”, “Todos Hermanos”.

En esta Encíclica hay una clara invitación a la esperanza para mostrar la inextinguible aspiración humana al bien, y pone de ejemplo cómo en medio del sufrimiento y la tragedia, Dios hace nacer en la humanidad encumbrados deseos.

San Francisco de Asís, el santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, en pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite, y declaró “feliz” a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él».

Es el amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Al leer la vida de San Francisco encontramos que él se sentía hermano del sol, del mar, del viento, y de los animales, pero sobre todo se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne.

Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.

Que el 14 de febrero, “Día del amor y la amistad” pudiera ser una celebración del amor auténtico y verdadero que no quede solo en los sentimientos y supere los fáciles espejismos de la felicidad. 

Que podamos construir juntos una sociedad fraternal que promueva la educación para el diálogo con el fin de derrotar al terrible “virus del individualismo”.

El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad.