EL AÑO 2021 Y LA OPORTUNIDAD DE RECONSTRUIRNOS

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Por Heidy Serrano López

En 1950, Octavio Paz escribía en El Laberinto de la Soledad: “El mexicano puede doblegarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad”.

Sí, los mexicanos construimos murallas para conservar lo que definimos como nuestro: nuestra familia, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, los valores que nos conforman, nuestra personalidad, nuestro mundo.

Quizá por ello y siguiendo el análisis que hace Octavio Paz de los mexicanos es que, aunque permitimos la entrada de todo lo externo, -porque sí, somos duales y amamos lo foráneo al mismo tiempo que nos aferramos a lo propio- existe una delgada línea entre lo que permitimos al mundo y lo que recelamos para nosotros mismos. Y cuando se trata ser mexicanos, lo somos de la manera más aguerrida posible, yendo incluso contra el buen juicio.

En el año 2020, setenta años después de aquel análisis sobre la identidad de los mexicanos y nuestra postura respecto a la apertura con la cultura extranjera, la historia nos permite ratificar que, en efecto, en México repetidamente permitimos que el mundo exterior entre a nuestra intimidad y trastoque la esencia de nuestra vida misma -solo que en esta ocasión tal invasión no fue cultural ni imperialista, se trataba de un virus en su momento inatacable.

Pero a pesar de las múltiples consecuencias ya bastante sobre analizadas, la identidad misma del sujeto evita que el mexicano se doblegue, se humille, se agache y muchos menos que se rinda; por el contrario, todo eso es una invitación a la propia deconstrucción.

Con la llegada de la primera pandemia de tal alcance en la época moderna, la dinámica de los mexicanos fue trastocada en todos los niveles, en la vida privada, en la vida pública, en el consumo, en la cultura, la educación, la salud, la perspectiva de vida, los vínculos familiares y amorosos, todo, la mínima práctica diaria estaba determinada por un cúmulo bacterias dispersas por todos lados.

Cosas simples como comer, saludarse, lavarse las manos, tomar clases, viajar en el transporte, todo sufrió una modificación que durante más de año y medio hemos tratado de adaptar y reinsertar a nuestras nueva vida diaria.

Y lo hemos ido haciendo porque ha sido inevitable, mientras que en el 2020 no teníamos la mínima idea de hacia dónde nos dirigía el golpe de la COVID-19, en el 2021 estamos tratando de rehacernos con lo que tenemos a la mano: algunas personas reiniciaron desde cero, lo único disponible para volver a iniciar era su vida, porque perdieron empleo, familias, negocios, casa, dinero, salud y hasta la voluntad de vivir, pero siguieron.

Si el 2020 fue el año de la enfermedad, el 2021 ha sido el año de la voluntad de no rendirse, de rehacernos con lo que tenemos al alcance, de volver a ser nosotros, los invencibles, los duales, los malinchistas, los fiesteros, los solidarios, los valientes, los entrones, los apasionados, los viscerales.

Decía Antonio Caso, ya en 1985, que el alma colectiva de los mexicanos no ha cuajado aún en formas o aspectos característicos definitivos, por lo que con toda probabilidad seguimos en el proceso.

Eso nos da la oportunidad de rehacernos ante cada batalla y sin duda lo hacemos día a día.

En lo que va de este año, los mexicanos nos hemos tenido que levantar de las múltiples afectaciones que nos dejó la pandemia (miles de muertes, pobreza, consecuencias en la salud, alto consumo digital, pérdidas importantes de padres, hermanos, hijos, amigos; nos volvimos impotentes, seres frustrados, tristes, con sentimiento de culpa) y estamos tratando de re componernos para volver a ser los mismos de hace apenas dos años.

Es por ello que -aunque parezca un acto ilógico de insensatez, de inconciencia, de imprudencia y en contra del buen juicio- es que tratamos a toda costa de reproducir nuestra vida de antes: poco a poco volvemos a la dinámica de la familia nuclear.

Cada vez nos acercamos más y nos abrazamos más, nos reunimos de a poco para celebrar a nuestras figuras religiosas o para rezarle a un difunto cuyas plegarias le ayudarán a cruzar el umbral que separa la vida de la muerte.

Hacemos reuniones familiares en las que es inevitable el baile y el alcohol que con facilidad contribuye a romper todas las distancias establecidas; nos ajustamos a los nuevos días de clases presenciales y a los trabajos en aquellas oficinas que permanecieron aisladas y solas durante meses.

Han vuelto a las calles los vendedores ambulantes, las amas de casa a los mercados y los niños al parque.

Y es que, a diferencia de otras culturas, la nuestra se sostiene de la colectividad, nosotros no somos sin el otro, necesitamos de la otredad para reconocernos. Sin nuestra gente jamás podríamos estar de pie.

El 2021 llegó para recordarnos quienes somos: somos mexicanos y el alma colectiva corre por nuestras venas, somos duales, ilógicos, camaradas, solidarios, entrones, empáticos, orgullosos, trabajadores, tradicionales, religiosos, patriotas, mil usos, somos gente, con sentido del humor, nobles, amistosos, pacíficos, unidos, guadalupanos, machistas, borrachos, flojos, tragones, creativos, ingeniosos, fiesteros, albureros, parranderos, místicos, románticos, valientes, apasionados…

Una lista infinita de contrariedades cuya cualidad es que nos hace reconocer que aunque agentes externos e inevitables entren y modifiquen nuestro mundo, no estamos dispuestos a perder la batalla ni dejar de ser quienes somos, porque de entre todo lo que nos caracteriza, también somos capaces de reconstruirnos una y mil veces porque sí; porque así somos los mexicanos.