MIRANDA, EN SUS PROPIAS PALABRAS

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Licenciada en Comunicación por la UNAM y Maestrante, Martha Miranda Lara es Directora de Certificación y Difusión en la Universidad Tecnológica Fidel Velázquez en Nicolás Romero, Estado de México, la institución estandarte nacional en certificación de competencias; con una sólida trayectoria en el sector educativo universitario y en el mundo de la cultura emprendedora, de la capacitación y de la certificación en nuestro país.

A propósito del mes de mayo en que conmemoramos a trabajadoras, madres y maestras, nos comparte sus reflexiones acerca de lo que es ser mujer, madre, profesionista, líder, directiva… ¡Gente de diez!

–Miranda, tienes una personalidad muy fuerte.

-Llevo con ella 56 años.

¿Qué significa ser mujer y madre profesionista en México, hoy?

Es un gran reto cumplir con estos dos grandes roles porque, además, no puedes dejar de lado tu papel como mujer en sí misma. ¿Qué pretendo decir?

Soy de la generación baby boomers y eso me ubica como parte de un segmento de la población de mujeres que emprendimos el reto de poner el deseo de ser mamá en segundo o tercer lugar.

Primero fueron mis ganas de salir de un hogar lleno de hermanas y hermanos para superarme; esto es, continuar estudiando. Les comparto que sí pertenezco a una familia con muchos hermanos. En mi caso, fuimos doce hijos: nueve mujeres y tres hombres. Actualmente vivimos ocho hermanos y mi padre.

Tengo conciencia de mi vida desde los cinco años, y mis logros provienen de aquella infancia llena de carencias, pero colmada de unos padres muy responsables porque nunca faltó lo básico, la salud, la educación y los valores; lo explico mejor: las necesidades que viví como niña me forjaron el temperamento para desear alcanzar metas, como poseer mis propias cosas: mi cama, mi ropa, zapatos propios, mi espacio, tener mi propio dinero para liberar a mis padres de la carga de los gastos de una hija, que son muchos; incluso, desear conocer más allá de mi casa y de mi barrio.

Otro reto fue cerrar los ojos por un par de años a la tentación del noviazgo, a los pretendientes, pues a la edad de la secundaria (15 años) ya muchas amigas y vecinas no avanzaron al nivel de bachillerato (sigo sin creerlo).

En la etapa de la Prepa ya me pagaba mis gastos porque trabajaba y fue un doble y hasta un triple reto: trabajar, estudiar y ayudar en casa cuando descansaba.

Lo hermoso y fantástico de mi éxito como madre y profesionista fueron los hábitos que desarrollé desde niña y adolescente de levantarme temprano, trabajar, estudiar, hacer tareas hasta altas horas de la noche y los fines de semana; trabajar medio día y llegar a casa para arreglar las cosas personales y hacer tareas para la semana siguiente… y así  pasaron los años, y comencé a cosechar logros laborales y profesionales, desde la Prepa: ascensos que nunca me faltaron y en consecuencia obtener mejores ingresos.

La maternidad ha sido mi gran satisfacción personal también como mujer, porque hice consciencia de ello y me preparé con sesiones de psicoprofilaxis, ginecólogos muy profesionales y pediatras, quienes me enseñaron el mejor camino de cuidado, crianza y educación de mis hijos.

Como mujer puedo concluir que pude comprender desde temprana edad mi entorno, mi modo de vida, mis carencias, pero al mismo tiempo una visión de desear algo más de lo que ya tenía en ese momento.

También pude comprender mi condición de mujer y descubrir mi sexualidad: lo que poseía de mi función reproductiva y los grandes riesgos de tener relaciones sexuales sin protección como eran el embarazo o contraer enfermedades de transmisión sexual. En ese sentido, mi madre tuvo un papel muy importante como darme consejos de mi cuidado personal.

Finalmente, considero que mis éxitos como mujer, madre de familia, amiga y profesionista se lo debo a los valores, educación y comprensión de mis padres porque rompí el estereotipo de una mujer que estaba destinada “a casarme y tener hijos”, decían.

Me emancipé (me independicé económicamente) a temprana edad debido a mi consciencia desde niña y saber que deseaba superarme; vivir diferente, descubrir nuevos entornos y conocer a otras personas con mayor preparación que la mía, me llevó a pensar diferente. Fijarme metas y ser constante para alcanzarlas me llevó a conseguir mi propia superación sin dejar de ser femenina; sin dejar de desarrollar mi autoestima; sin dejar de sonreír y ser feliz cada día que salgo a la vida.

Aprendí a amarme y a amar. El amor es un gran combustible para este gran proyecto llamado vida.