La muerte de la Revolución Mexicana

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Las estructuras creadas en los regímenes gubernamentales que duran cierto tiempo considerable en los países, suelen ser sustituidos por una revolución.

Así ocurrió en Francia, Estados Unidos, Rusia, China, y en otras naciones menores, cada una en su tiempo, a su modo. Y así ocurrió en México. Violentas, la revoluciones de 1810 y 1910, pacífica la revolución de 2018.

Lo curioso es que el convulso 2018 tuvo, sí, una revolución pacífica ordenada por la abundante participación de la gente en las elecciones del domingo 1 de julio, envueltas -sin embargo- en una violencia indescriptible con miles de muertos, a causa de factores como el crimen (como nunca en la historia) descontrolado.

La Revolución Mexicana, impulsada por fuerzas populares ansiosas por derrumbar al gobierno de los ricos, representados por la élite a la que favoreció Porfirio Díaz mientras la población natural crecía y crecía sin disfrutar beneficios del indiscutible desarrollo nacional, ha muerto.

Otro ciclo, promovido desde la frustración, desde la ansiedad y la rabia, precisamente por el crecimiento de la población natural, la falta de empleos y oportunidades, y el boom del dinero fácil -que pronto asumió la forma del crimen-, terminó con el período 1910-2018.

Casi once décadas en las que los gobiernos se empeñaron en colocar a México en la vía del desarrollo como una de las potencias económicas más importantes del mundo, y desplazaron la mexicana tendencia clásica de privilegiar la política sobre la economía.

El triunfo histórico del liberalismo económico, y de su moderna versión en los gobiernos neoliberales, que tuvo un largo paréntesis de doce años bajo gobiernos de derecha, cierra un ciclo en México y abre uno nuevo, con el acento de la izquierda.

La muerte de la Revolución Mexicana no será aceptada por los defensores de la misma institucionalización que se corrompió y dañó las estructuras nacionales, aunque las sostengan todavía como estandartes.

El 20 de Noviembre pasa a ser una efeméride más, como había pasado a serlo el 2 de octubre, y de cuyo rescate se han encargado los actuales legisladores presidenciales al poner en letras de oro en el muro de honor del Congreso en el cincuentenario de la tragedia.

Los días de noviembre son para México, y desde luego para Hidalgo, días de reflexión y de orden. La sociedad, las autoridades gubernamentales, los medios de comunicación, los sectores sociales, tendremos que reflexionar en torno a nuestra historia, a nuestros yerros y a lo que queremos del país y de la entidad en lo futuro inmediato.

Hidalgo ha sido siempre fuente de protagonistas en la perspectiva nacional, desde el nacimiento del país hasta esta nueva revolución; lo seguirá siendo, sin duda. No son en vano los casos de los hidalguenses que “ya casi” dieron un paso más grande.

Bajo esa visión, necesariamente tendremos que poner orden en los instrumentos que están a nuestro cargo para desempeñar la tarea que cada cual ha aceptado.

Una abierta, transparente, fluida comunicación entre todos, nos ahorrará confrontaciones inútiles en la disputa entre ideologías e intereses. Hagámoslo, DeFrente.