Por Fernando Alfonso Ávila Hernández
Ardía Notre Dame en París, Francia lloraba y el mundo contuvo la respiración. Símbolo de la cultura europea, el incendio de la mítica catedral de la Ciudad Luz se sumó a una trágica semana en la que, por extrañas y todavía desconocidas circunstancias, una docena de iglesias fueron profanadas, quemadas y saqueadas en todo el país.
Y mientras un incendio devoraba la catedral de Notre Dame en París, otro consumía uno de los salones de la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén, el tercer lugar más sagrado para el islam.
Incidentes, accidentes o atentados -eso se sabrá con el tiempo- ambos hechos, que para algunos observadores en el mundo van más allá de ser casualidades, nos traen a la memoria las visiones de horror que han ocurrido en diversos países del mundo, entre ellos México, incluido el estado de Hidalgo.
Además de la destrucción de la naturaleza o de símbolos culturales, evocamos las tragedias que han arrojado decenas, cientos, miles de víctimas humanas.
Entre las causas de estos actos atroces destaca el fanatismo: individuos de conducta ciega con una causa, siempre controversial, que adoptan como la única verdad.
Personas ignorantes e ingenuas, con un razonamiento apenas suficiente para justificar y defender sus creencias mediante la agresión.
Inciden en los deportes, en el arte, en los alimentos, en la política y en la religión.
En las religiones más influyentes y expandidas mundialmente se han podido ver actos de fanatismo. En nuestro tiempo, han ocurrido bajo acciones de grupos de la religión islámica.
La política tiene también a sus extremistas o fanáticos, personas apasionadas por ideas o planteamientos quienes niegan la eficacia de los programas de otros gobiernos, simplemente por no ser realizados o planteados por su partido político o líder.
El fanatismo ha variado de acuerdo con las épocas y con los tipos de sociedad.
Los marcos morales, las leyes, el sistema de justicia, los medios de producción, las clases sociales, las élites de poder y hasta la tecnología, pueden llegar a influir en los tipos de fanatismo que emergen en las culturas.
Estas prácticas son ancestrales, y aunque pareciera que ya no hay lugar para este pensamiento que genera tanta violencia entre personas de una misma raza, etnia o nacionalidad, México mira con recelo el riesgo de que nos acerquemos a eso.
El fanático político, patrimonio de sistemas autoritarios y dictatoriales, defiende con tenacidad y vehemencia sus opiniones y creencias, defiende con entusiasmo tóxico su propia verdad como la única.
En Hidalgo, en México y en el mundo, el fanatismo tiene hoy un aliado de gran poder: la realidad virtual, el universo paralelo que ofrecen las tecnologías de la información y de la comunicación, la internet, y muy especialmente las redes sociales.
Poco antes de que creciera el poder de las nuevas tecnologías sobre la conducta cotidiana de las personas y de los grupos sociales, no fueron pocos los casos de intolerancia religiosa, cercana al fanatismo, que tuvieron lugar en Hidalgo, especialmente en Ixmiquilpan.
En 2008, un grupo de católicos impidió Otilia Corona Chávez -quien falleció después de agonizar por una enfermedad terminal- fuera inhumada en el panteón, por no ser católica, pues predicaba una religión evangélica. Tuvo que ser sepultada en su casa.
Desde 1992 grupos de católicos, avalados por autoridades como delegados y presidentes municipales, suspenden servicios de agua potable o luz a familias evangélicas, incluso con amenazas de expulsarlos si no “cambiaban de religión y apoyan tareas de la comunidad”.
Al cumplirse casi las dos primeras décadas del siglo XXI, nuestra sociedad contemporánea recibe información a distancia en tiempo real, mensajes cargados de contenido ideológico, sometidos a una muy elevada tasa de riesgos de distorsión, que les llevan a la práctica de actitudes totalitarias, intolerantes, fanáticas.
Las manifestaciones fanáticas sobre las expectativas de vida (ideológicas, religiosas, fetichistas, etcétera) que existen en Internet reflejan precisamente la imposición sobre los demás de dogmas, creencias, fe e irracionalidad, afirma Sergio Octavio Contreras.
En Twitter y en Facebook es común encontrar posturas contradictorias donde lo que menos existe es racionalidad y razonabilidad: ataques, críticas, reproches, insultos y toda una cadena de expresiones que pueden estar muy cerca de la defensa del fanatismo.
Esas “benditas” redes sociales han sido factor para catapultar las emociones colectivas y llevar a la masa descontrolada a encontrarse de frente con la muerte, como en los 14 linchamientos sucedidos en Hidalgo.
La cifra, que engrosa la ascendente estadística del crimen en Hidalgo, no puede verse como un hecho aislado en alguna de las regiones de la geografía estatal, sino como un eco del misterioso fenómeno destructivo, el nuevo fantasma que recorre el mundo entero todos los días, y que vio en la tragedia de Notre Dame uno de sus capítulos más dramáticos.