Arqueólogo. Luis M. Gamboa Cabezas
Centro INAH Hidalgo
Una evidencia de interacción en Mesoamérica, son las placas que se han descubierto en diversos sitios arqueológicos como Xochicalco, Mórelos; Palenque, Chiapas; Monte Albán, Oaxaca; Chichen Itzá, Yucatán; y en Tula, Hidalgo.
Las placas son de piedra verde, talladas en bajorrelieve. Las representaciones consisten en personajes en posición parada, brazos flexionados, con ojos y boca abultados.
Los ornamentos corporales son escasos como orejeras redondas; tocado que en ocasiones está muy laborado; y en el cuello llevan una sarta de cuentas circulares. La indumentaria también es escasa con taparrabos y perchera.
Las placas suelen estar acompañadas con ricas ofrendas donde los objetos que destacan son caracoles labrados, vasijas de tecali o con decoración al fresco, sartales de concha o piedra verde.
Debido a la variabilidad de placas que se han descubierto en Mesoamérica, los arqueólogos William Ringle, Tomás Gallareta y George Bey, los han clasificados a través de sus atributos y por el tipo de tocado.
La clasificación parte de cuatro grupos principales: «Hombres con un espejo circular u ornamento en el centro del peinado»; «Hombres con tocado sosteniendo un par de rostros humanos o de serpientes mirando en direcciones opuestas»; «Hombres con tocado de ’fauces de monstruo’», y «Señores sentados inclinándose hacia uno u otro lado».
Un problema que se observa en todos los casos, es que son identificadas como foráneas, sin tener una propuesta de lugar de origen, esto es porque no se tienen localizado el tipo de yacimiento donde se obtuvo la materia prima.
Debido al color de la piedra, verde, se le ha llamado de forma genérica como jade. El jade en el mundo prehispánico se ha designado para todos los objetos que corresponden a piedras verdes, sin que esto tenga que ver con la estructura y composición, lo que nos aleja del verdadero jade japonés.
Las variantes de la piedra verde, según su composición, podría estar entre la jadeíta, nefrita, actinolita o cloromlanita. Esto hace que se tenga una mayor dificultad en la identificación de los lugares de procedencia de las placas, ya que en un mismo yacimiento podría haber variaciones de composición y estructura.
En cuanto al descubrimiento de placas en Tula, Jorge R. Acosta hace mención que entre la séptima y décima temporadas de trabajo arqueológico, se centraron las exploraciones en las Salas 1 y 2 del Palacio Quemado.
En ambas salas se descubrieron banquetas que corrían a lo largo de los muros interiores y adosados en ambos cuartos se encontraron altares, en dos de ellos se descubrieron las cajas de piedra donde estaban las placas de jade.
Las dos placas pudieron servir como pendientes que estaban acompañadas con cuentas de concha. La interpretación que hace Acosta, es que son representaciones de personas muertas, que se identifica por la posición de los brazos que están levantados a la altura del pecho y con las palmas de las manos enfrentadas, tal vez representando la misma actitud.
Hay otras tres placas que se han reportado en Tula; dos de jade y una concha. Una de estas se exhiben el Museo Nacional de Antropología, sin procedencia cierta.
La segunda fue recuperada por las excavaciones de El Canal dentro del Proyecto Missouri.
El tercero en material de concha grabado se propone de estilo maya del Clásico Tardío, hallado por Désiré Charnay en Tula a finales del siglo XIX y que actualmente se encuentra en el Field Museum of Natural History de Chicago.
En el caso de esta última placa, se ha identificado la especie de la concha como Pinctada mazatlánica, que están presentes desde el Golfo de California hasta Perú. Se ha especulado que la pieza fue tallada por lo menos dos veces y que finalmente se exportó a Tula desde Yucatán.
La iconografía que presenta el personaje representanta a un personaje maya, ya que la composición, la postura y parte de la indumentaria del personaje son comparables con representaciones en esculturas o murales de sitios mayas como Ceibal, Chichén Itzá y Halal, o del Centro de México, como Cacaxtla.
En cuanto a la cronología de las placas de Tula, realmente no se cuenta con fechas confiables, sólo podríamos remitirnos que estas fueron talladas y usadas como parte de un ajuar durante un rango cronológico que abarca aproximadamente del año 650 d.C. al 950 d.C., es decir, a finales del Clásico Medio y principios del Postclásico Temprano.