A la buena de Dios

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Por Reyna J. Monroy Barrera

Para que una planta de aguacate se convierta en un árbol productivo tienen que pasar entre 5 y 10 años, esto depende de las condiciones climáticas y también de la presencia de plagas. México es el primer productor mundial de aguacate; lo llaman el “oro verde” por hacer alusión al valor de su producción que se cuenta en millones de dólares.

Por otro lado, palabras como cuartillo, solar, temporal, yunta, ayate y milpa forman parte del lenguaje con el que nos referimos a la agricultura de autoconsumo que le permite a las familias que viven zonas rurales alimentarse. En este caso, la mayoría de los productos que cosechan se obtienen en ciclos cortos que van desde los 45 días hasta los 6 meses.

Ambos escenarios, que son diametralmente diferentes, forman parte del sector agropecuario de México; a nivel institucional, el primer y gran responsable de acompañarlos es la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER). En ambos escenarios, los productores tienen una segunda coincidencia: llevan cuatro años abandonados.

¿Y por qué esto sería relevante? Bueno, en primer lugar porque los más de 120 millones de mexicanos que somos requerimos del esfuerzo diario de agricultores, ganaderos, productores acuícolas, pescadores, apicultores, etcétera., para alimentarnos por lo menos una vez al día.

En segundo lugar, porque un país que no produce los alimentos suficientes para sus habitantes no cuenta con algo llamado “seguridad alimentaria” y esto es grave porque genera problemas como: inflación, desabasto, desnutrición, enfermedades, violencia y muerte.

Este abandono, esta orfandad, este desdén, este dejar a las mujeres y hombres del campo a la buena de Dios es un acto de alevosía institucional, porque el campo nunca para, no paró ni siquiera en los momentos más crueles de la pandemia y no lo hará ahora que no hay programas que de verdad los ayuden a ser más productivos, que los impulsen a crecer.

Hasta 2018 los aguacateros de Michoacán y Jalisco tenían el apoyo necesario de la SENASICA para contar con las certificaciones que les permiten exportar, hasta 2018 los pequeños productores de las localidades más pobres del país recibían proyectos productivos y capacitación permanente para aprender a producir, transformar, comercializar lo que sembraban.

Hace una semana, la última institución federal que quedaba viva y apoyaba a productores agropecuarios a través de créditos con tasas de interés bajas, fue notificada sobre su extinción.

¿Qué nos queda por hacer? Cuatro cosas: uno, comprar nuestros alimentos de la forma más directa que podamos a los productores: ya sea en tianguis, en mercados o en plazas; dos, no regatear los precios; tres, no desperdiciar y; 4, aprender a resistir: esto es, a producir nuestros propios alimentos.

* Candidata a Maestra en Política y Gestión Energética y Medioambiental en FLACSO México; con licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Publica por la UNAM. Recientemente, subsecretaria de planeación de la Secretaría de Desarrollo Agropecuario del Estado de Hidalgo. En el gobierno federal ha sido directora general adjunta de planeación en la SEDATU y en el poder legislativo asesora. Sus tres hobbies: leer, cocinar y cuidar perros y gallinas libres.