Chairos, Fifís. El México que viene.

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Por Fernando Alfonso Ávila Hernández.

El mundo está dividido en por lo menos dos partes: una de arriba y una de abajo, una de la derecha y una de la izquierda, una de luz y una de oscuridad, una superficial y una profunda. La dualidad es inherente a la existencia misma del mundo.

Sobre esa base, han convivido siempre dentro de una misma sociedad, siempre, los sabios y los ignorantes, los ricos y los pobres, los sanos y los enfermos los gordos y los flacos… Los chairos y los fifís.

La sociedad abriga a todas las expresiones del ser humano agrupado, tiene como base de su integración precisamente la multiplicidad de orígenes y destinos de las personas que forman parte de ella.

La sociología, que es la ciencia encargada de estudiar la estructura y funcionamiento de la sociedad humana o población regional, analiza los fenómenos colectivos producidos por la actividad social de los seres humanos, dentro del contexto histórico-cultural en el que se encuentran inmersos.

Un grupo social es un sistema formado por un conjunto de individuos que desempeñan un rol específico dentro de una sociedad.

Los grupos sociales tienen forma estructurada y son duraderos. Las personas dentro de ellos actúan de acuerdo con unas mismas normas, valores y objetivos acordados y necesarios para el bien común del grupo y la persecución de sus fines.

Por otra parte, la clase social es una forma de estratificación social en la cual un grupo de individuos comparten una característica común que los vincula social o económicamente, sea por su función productiva o «social», poder adquisitivo o «económico» o por la posición dentro de la burocracia en una organización destinada a tales fines.

La sociedad de clases constituye una división jerárquica basada principalmente en las diferencias de ingresos, riquezas y acceso a los recursos materiales.

Aunque las clases no son grupos cerrados y un individuo puede moverse de una clase a otra. ​

Este sistema está muy relacionado con el sistema productivo y es el típico sistema de estratificación de las sociedades de Europa en los siglos XVII y XIX, hoy extendido a casi todo el mundo, así como en gran medida de las sociedades mercantiles de la Antigüedad.

De acuerdo con estas precisiones, en todas las sociedades humanas ha habido siempre por lo menos dos grupos antagónicos: el de quienes poseen objetos que les facilitan la vida y el de quienes carecen de ellos.

 

De la posesión de bienes, como diferencia básica, pueden desprenderse otras oposiciones: religiosas (creyentes contra ateos), ideológicas (los que están a favor y los que están en contra), culturales (los que saben contra los que no saben), y políticas (los que están dentro del poder y los que están fuera de él).

Considerando que son muy escasos los individuos que realmente no tienen nada, los poseedores de bienes pueden clasificarse entre los que tienen poco y lo que tienen mucho: pobres y ricos.

La Secretaría de Economía del gobierno saliente en México publicó la definición y distribución de las seis clases sociales mexicanas.

En la “clase Baja Baja” ubica al 35% de la población del país (unos 39.3 millones de mexicanos): trabajadores temporales, inmigrantes, comerciantes informales, desempleados, y gente que vive de asistencia social.

En la clase Baja Alta está el 25% de la población (alrededor de 28.8 millones de mexicanos): campesinos y obreros.

La clase Media Baja compone el 20% de la población (22.4 millones de ciudadanos): oficinistas, técnicos, supervisores, artesanos calificados.

En la clase Media Alta está el 14% de la población (15.7 millones de ciudadanos): hombres de negocios y profesionistas exitosos.

La clase Alta Baja es 5% de los habitantes, es decir, 5.6 millones de personas, integrado por “familias que son ricas de pocas generaciones atrás”, pero cuyos “ingresos económicos son cuantiosos y muy estables”.

Y la clase Alta Alta, que es el 1% de la población, es decir, 1 millón 123 mil mexicanos: “antiguas familias ricas, que durante varias generaciones han sido prominentes”.

Sobra decir que en los tres primeros ‘niveles’ se encuentra el 80% de la población.

Sin embargo, hay quienes piensan que la forma en que nombramos las cosas es una traducción de cómo comprendemos la realidad.

Los términos, sobre todo en espacios institucionales, debieran cuidarse minuciosamente pues desde ahí se crea cultura.

Si referimos los distintos niveles de ingresos como clases sociales, nos remitimos semióticamente a una dialéctica sobre superioridad e inferioridad.

El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, puso en la mesa nuevamente el tema al llamar “fifís” a funcionarios o periodistas que no concuerdan con la visión de izquierda, a la que los aludidos ya se habían adelantado, llamando “chairos” los lopezobradoristas.

Chairo es un epíteto peyorativo usado en México para describir a un individuo que posee una ideología de extrema izquierda.

La palabra chairo transmite una connotación negativa de desprecio o poco respeto.

Términos similares en otros países de habla española incluyen perroflautas en España, mamertos en Colombia, zurdos en Argentina, comunachos en Chile, terrucos y caviares en el Perú.

Fifí es, por otra parte, un calificativo, que se usa para nombrar a alguien que es tiene modales y actitudes delicados y exagerados.

El poderoso ingenio popular ha dado rienda suelta a su creatividad y ha llevado la disputa al terreno de las “benditas redes sociales”, en las cuales chairo viene siendo igual a pobre y fifí viene siendo igual a rico.

La manifestación pública ocurrida en días recientes en las calles de la Ciudad de México para rechazar la suspensión de la obra del nuevo aeropuerto en Texcoco ya es conocida como “La Marcha Fifí”.

Así, México vive hoy un nuevo capítulo de esta interacción polarizada entre grupos, clases, subespecies o subculturas: los chairos frente a los fifís.