El periodismo es una actividad que cumple dos tareas esenciales en para vida social: informar y crear opinión.
En la difusión de datos relacionados con los hechos que tienen impacto relevante en la realidad cotidiana, llamados noticias, el periodista está obligado, más por convicción propia que por régimen moral, a conducirse con verdad en todas sus expresiones.
En la generación de opinión pública, se parte de la objetividad al hacer la relación de hechos, se transita por el análisis de todos los factores que inciden en los hechos, y se plantea una postura a favor o en contra, que puede ser seguida, rechazada o corregida por el público.
Sobre los mismos hechos no existen las mismas opiniones; el ejercicio del libre albedrío en cuanto al juicio que deriva del conocimiento directo y objetivo, responsable, de los acontecimientos, favorece la multiplicidad de opiniones, la diversidad de criterios, y enriquece el debate. Es la razón de ser del pensamiento crítico.
Las leyes impuestas a la vida cotidiana por el sistema capitalista, que terminó por imponerse en el desarrollo histórico del mundo, obligaron a la actividad periodística a incurrir en los terrenos pantanosos de la economía, en el mundo entero.
También en México la natural necesidad de ampliar la capacidad de difusión para ganar cobertura entre los grupos más amplios de la sociedad, fueron factores propicios para atraer al periodismo, a sus medios de difusión y a sus trabajadores al espacio de la publicidad, de la mercadotecnia.
De hecho, la actividad periodística quedó supeditada a la fortaleza o a la debilidad de los recursos disponibles en los medios, allegados por la vía de la venta de espacios para difusión publicitaria.
El trillado debate sostenido en las aulas universitarias y en las sedes de los medios respecto a las diferencias entre publicidad y propaganda, se allanó bajo el peso de una sola tesis: publicidad o propaganda, todo es vender.
Reducidos a mercancías, pensadores, periodistas, comunicadores y sus múltiples propiedades (que van desde el pensamiento, el pensamiento libre, el lenguaje, como patrimonio) adoptaron en la normalidad capitalista como patrimonio económicamente tangible su capacidad de pensar, de manejar apropiadamente el lenguaje, de poseer conocimiento y capacidad de transmitirlo, de generar y orientar a la opinión pública.
Todavía hoy, pero en el irónico e impredecible mundo virtual donde el tuerto de las redes sociales suele ser el rey, parece existir una especie de comprensible coherencia entre las variables periodísticas: a mayor influencia, mayor ganancia. Es mejor pagado el periodista que más influencia tiene en la opinión pública.
En algún momento, a la principal contraparte del periodismo -el gobierno, la política- se l hizo fácil utilizar el factor dinero para jugar con el pensamiento, la palabra y la acción de los periodistas.
Para el medio de comunicación un acuerdo con el gobierno representaba una útil alianza de difusión de las actividades institucionales, pues con un ingreso considerable garantizaba la operatividad y la continuidad de sus apariciones.
Pero para incontables esferas gubernamentales el acuerdo con los medios representaba (ahí el error) la posibilidad de insinuar, sugerir, pedir y hasta ordenar -dependiendo del tamaño de la necesidad y de la influencia de la contraparte periodística- los contenidos a publicar y las opiniones a replicar.
“Se compran espacios, no se compran conciencias”, solíamos expresar para poner a salvo nuestra dignidad ante los embates de los seres indignos.
Hoy, el cambio democrático por el que miles de periodistas pugnamos en aras de una auténtica libertad de expresión y de garantías para la integridad de los periodistas, se ha vuelto contra nosotros mismos.
Coincidíamos en las metas, diferíamos de los métodos, habrá dicho Ricardo Rocha en una de las conferencias presidenciales de Palacio Nacional.
Entre los periodistas enrolados en los grandes capitales y los periodistas de limitados recursos, hay una gran cantidad de periodistas que, con ingenio y astucia, supieron sacarle provecho a su relación con el gobierno y si sus empresas aún gozan de cabal salud es porque les sigue redituando dividendos aquella alianza, que de vez en vez tuvo propuestas indecorosas.
Si un sector queda con daños colaterales del neoliberalismo y de su derrota frente al triunfo democrático hacia la izquierda, somos hoy los periodistas.
Qué caro y qué difícil va a ser el futuro inmediato para quienes creemos en la verdad y en la libertad.