CONFORMES LOS INCONFORMES

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Triste es descubrir todo lo que hay (había) detrás de las fachadas de las instituciones de un país y de las personas que están (estuvieron a cargo de ellas.

Para los registros en la Historia Patria, los funcionarios públicos abusaron de la confianza de una sociedad conformada a golpes del destino.

En el mundo ideal propuesto y sustentado por diversos teóricos, corrientes o grupos, ni siquiera deberían existir las leyes, pues no se debería castigar a quien, por naturaleza, conoce el camino del bien.

Los complejos sistemas jurídico-normativos que sostienen a las estructuras de la política, la economía y la sociedad misma, derivaron de una tergiversación de la naturaleza humana en colectividad.

Siendo llamados a hacer el bien, algunos comenzaron a hacer lo contrario, de modo que se hizo indispensable crear reglas y sanciones para quienes las infringen.

De ahí que el primer paso que dan los gobiernos de reciente arribo en las naciones sea precisamente adecuar las normas vigentes a los objetivos que se proponen alcanzar, de acuerdo con su proyecto de país.

Eso es lo que ha ocurrido en México durante los primeros días de la nueva administración federal, y enseguida se ha procedido a su instrumentación en los hechos.

Los grupos de interés bien definidos, que disfrutaban los beneficios del sistema anterior han levantado la voz, entre la genuina preocupación por el desarrollo del país y el orgullo lastimado.

Principalmente, los inversionistas y los estudiosos de la economía han puesto avisos en el camino sobre posibles crisis que derivarían de las nuevas medidas gubernamentales.

Los simpatizantes partidistas o sociales del gobierno de la Cuarta Transformación continúan en una especie de embriaguez irracional, muestran sus hechuras en expresiones francamente superficiales de defensa automática de lo suyo e igual descalificación de lo ajeno. Fanatismo.

Mientras tanto, entre la soberbia de los que ganaron y el desconcierto de los que perdieron, a medida que va cobrando forma la nueva realidad, hay una parte que no solamente no ha desaparecido, sino que se ha agudizado: la violencia asociada al crimen.

El baño de sangre en que vive hoy el país ha sumido a la población en general en un silencio que no tiene otra justificación más que el miedo.

Una estupefacción que pone vulnerables a todos los sectores y actores, lo mismo de la economía, de la política, del gobierno y de la academia o del arte, al someterlos a una semi parálisis que sólo se rompe cuando hay que emprender alguna acción, que necesariamente debe ser discreta y prudente.

¿Que hay otro México en el que transitan sin preocupación los dueños de los grandes capitales y los que por décadas se acomodan a todo?  Sí, lo hay. Pero está reservado para el pequeño grupo de privilegiados que, por lo demás, ni viven ni conviven en México, sino que dirigen sus intereses desde el extranjero.

El México del grueso popular, que ahora se ubica en tres cuartas partes de la pirámide social, está hoy -curiosamente- atrapado en las telarañas que h tejido su deseo de ser un país realmente libre.

Hasta la década de 1980 prevalecía entre los ideales de un mundo más amable la ilusión de que el sistema socialista pudiera hacer a campesinos, obreros, trabajadores, empleados, profesionistas, y a sus familias actos de justicia que se les debían históricamente.

El fracaso del neoliberalismo y el del socialismo, como formas de gobierno, dejaron desnudas a las sociedades, en especial a aquellas en donde -como en México- la pobreza se mantuvo como un ingrediente sine qua non para dar sentido a los gobiernos.

Un verdadero síndrome que nos obliga, a todos y en todas partes, a plantearnos con seriedad imágenes del futuro, y nos exige actuar para diseñar específicamente el que queremos para todos… excepto para quienes han muerto y para quienes van a morir en estas horas aciagas para la Patria.